Memorias de Adriano, hoy y siempre.

Isaac Clemente
3 min readMay 13, 2020
Marguerite Yourcenar

“Como todo el mundo, sólo tengo a mi servicio tres medios para evaluar la existencia humana: el estudio de mi mismo, que es el más difícil y peligroso, pero también el más fecundo de los métodos; la observación de los hombres, que logran casi siempre ocultarnos sus secretos o hacernos creer que los tienen; y los libros, con los errores particulares de perspectiva que nacen entre sus líneas.”

Esta reflexión maravillosa la pone Yourcenar en boca de Adriano, el personaje del trabajo cumbre de su carrera. Repasando los subrayados de mi edición de bolsillo de Edhasa, pensaba que es una afirmación un tanto extemporánea, teniendo en cuenta el desarrollo de la literatura de la época: épica, poesía, biografías, memorias y los géneros teatrales. Pero no existía entonces la novela, que es la gran herramienta de disección del espíritu y el comportamiento del hombre. El texto está plagado de citas que destilan sabiduría, veamos algunos ejemplos más:

“Tener razón demasiado pronto es lo mismo que equivocarse.”

“He comprendido que pocos hombres se realizan antes de morir, y he juzgado con mayor piedad sus interrumpidos trabajos.”

“A veces nuestros comerciantes son nuestros mejores geógrafos y astrónomos, nuestros naturalistas más sabios. Los banqueros se cuentan entre los mejores conocedores de hombres.”

Novela escrita en primera persona, la autora francesa dota a Adriano de una voz consistente y autorizada que habla a un joven Marco Aurelio, futuro sucesor, y a nosotros, de las vicisitudes de su vida desde un punto de vista más emocional que historiográfico, más filosófico que pragmático y más narrativo que poético. Pero también hay detalles biográficos, realismo y poesía en la novela: “El enorme gato color del desierto, miel y sol,…”

Siendo un lector bastante ágil, he tardado mucho en terminarla. El nivel de intimidad de una primera persona sin diálogos, la cercanía con Adriano y el carácter trascendente de sus revelaciones hicieron que necesitase descansar días y a veces semanas entre sentada y sentada. Era la segunda vez que leía la novela pero disfruté como la primera de cada línea, de cada palabra.

El ambiente es denso y nos acerca a un emperador ya viejo y enfermo que quiere aconsejarnos sobre el amor y el gobierno, sobre el duelo y la muerte, sobre la caza y el descanso, sobre la política y la vida. Y el resultado es soberbio; en mi opinión Memorias de Adriano comparte el podio de la novela histórica con Yo, Claudio del autor británico Robert Graves. Me parece una paradoja que ninguna novela histórica haya conseguido aproximarse al nivel de calidad de estos dos títulos desde entonces, y ya ha pasado tiempo. Escuché hace unos meses decir a Rosa Belmonte en la cultureta que ella no leía novela histórica más allá de estas dos, supongo que en un alarde verbal; pero tiene su punto de razón. Parece que el género ha caído en las manos de los historiadores, los divulgadores y los oportunistas. No estaría de más recordar que el oficio de novelista es para los escrutadores de hombres, para aquellos que se asombran con los motivos que se esconden tras las verdades y las mentiras de cada ser humano.

Como bonus, un cuaderno de notas al final de la novela nos abre la puerta a las reflexiones de la propia autora sobre la confección de esta obra maestra. Leed Memorias de Adriano si no lo habéis hecho, ya no se escriben cosas como esta.

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